La participación, ese invento…
Un peligro recorre las prácticas urbanas y culturales transformadoras, el peligro del vaciado de contenido, de la importancia de la forma por encima del fondo. Este peligro tiene hoy en su punto de mira el concepto de participación como antes tuvo el de sostenibilidad que, recordemos de paso, acabó tan vacío de contenido que hoy no es más que una caricatura de sus pretensiones pasadas.
Nos proponemos hablar de este tema pues es algo que nos preocupa; durante muchos años hemos intentado realizar proyectos de calado social con base participativa, nos hemos formado, practicado, nos hemos dado de cabeza con el muro de la incapacidad de entender el recorrido de estos proyectos, con la dificultad manifiesta de “lo participativo” y ahora, de repente, vemos con estupor que aparecen cientos, miles de proyectos urbanos que se llaman participativos pero que destilan un trasfondo más artístico, arquitectónico, gráfico… que social. Puede ser que todos esos proyectos tengan de base un proceso participativo? La respuesta claramente es no.
No queremos decir con esto que no sean de calidad, que sus contenidos no sean interesantes, que no estén bien llevados, que no hayan contado con la gente, pero nada de esto hace que un proceso sea participativo de por sí. Para empezar debemos dejar claro que la participación tiene un cuerpo teórico, metodológico y técnico concreto que hay que conocer, respetar, modificar con la práctica… y que es este cuerpo teórico el que perfila como participativos los procesos y proyectos que así se deban llamar. Esto no quiere decir que sea un tipo de práctica cerrada a los “expertos”, como hemos dicho es modificable desde la práctica, pero para empezar deberíamos asesorarnos sobre lo que la participación implica, hibridar nuestra disciplina con la de los que conocen el “hacer participativo” y, a partir de ahí, romper las barreras disciplinarias y comenzar esa modificación conjunta, esa mejora colectiva y continua de todas las disciplinas implicadas en el proyecto concreto.
Visto esto será interesante entender que espacios participativos hay al alcance de nuestros proyectos; podemos distinguir dos: los momentos y los procesos. Los procesos lo son por su continuidad, por la reflexión profunda que conllevan, por su apertura a cambios, modificaciones, tanto en componentes como en objetivos y resultados esperados, por su mezcla de etapas expansivas y etapas de síntesis y por el protagonismo que da a las asociaciones u otras formas de organización. Los momentos los son aislados inicialmente, o expansivos o de síntesis, unas jornadas, un taller, una acción en la calle… pueden ser inicio de procesos , tener futuro o no. Una suma de momentos entrelazada en un proyecto claro, con participantes constantes, con fases… puede ser un proceso. Lo que debe quedar claro es que, tanto en momentos como en procesos, la participación no se improvisa, se trabaja previamente con los implicados, se conoce el tejido social, se establecen mecanismos para que las propuestas fluyan y converjan en cualquiera de los espacios participativos, pero por encima de todo, el sentimiento de necesidad de participar debe salir de la gente, no de los técnicos. Cuando un equipo prepara una actividad en la calle para visibilizar un espacio, para recoger información, para realizar un acto lúdico, no está haciendo participación, repetimos, la participación no se improvisa y no se puede hacer por mandato “hey he preparado todo esto, participad!”. En estos casos se está haciendo actividades, consultas, recogida de datos y claramente tiene un valor, como negarlo!! Pero no es participación, pues la participación debe llevar asociada una profundidad reflexiva determinada que permita que el proceso o el momento sea transformador y una actividad aislada en la que escribo una propuesta individual en un panel y luego me voy a casa no es ni profunda ni transformadora, tiene otros valores de iniciación, de captación, de visibilización, de cuestionamiento de lo cotidiano… valores que de por sí ya tiene un proceso o momento participativo y por ello van más allá.
Entendemos que hay propuestas técnicas de gran valor y muy acertadas, que responden a necesidades, que conectan con la gente sin ser participativas, pero que para ser excelentes, comprendidas y también compartidas e incluso mejoradas, deben enfrentarse en algún momento a la visión del habitante. La participación siempre será la base de una nueva forma de actuación urbana y cultural iniciando, mejorando e incluso desestimando proyectos, pero recoger propuestas para un proyecto que quiero realizar, facilita la redacción de ese proyecto, facilita mi trabajo, me da pistas, pero no responde a una demanda o sentimiento expresado desde los habitantes y no es participativo.
Por tanto debemos convenir en que no todo es participativo, ni tiene por qué serlo. Hay proyectos que nacen con limitaciones de tiempo, de asistentes, personal, presupuesto, de concepto y no pueden ser participativos, en ese caso hay que ser sinceros y plantear lo que vamos a hacer en realidad, pero el problema es que ahora la “participación” da pátina de calidad o de socialmente positivo a cualquier proyecto, meramente con el hecho de decir que “es participativo” sin más, sin tener en cuenta ni uno solo de los puntos que acabamos de mencionar y ese es el peligro; si TODO es participativo, NADA es participativo; de la misma forma que nuestro sistema es “democrático” y nuestra sociedad “libre” encontraremos que todos los proyectos son “participativos” y así es como se pasará de la participación como estrategia transformadora a la participación como estrategia legitimadora, por mucho que nos pese, con la complicidad de muchos de nosotros.